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Kempes escribió la historia

Mario está ubicado entre los mejores jugadores argentinos de todos los tiempos y ha sido el emblema que le permitió a la Argentina convertir su condición de campeón moral en logros concretos. Por Daniel Mancini.
Kempes escribió la historia
Martes 22 de Julio de 2014
Un análisis sensato deberá reconocer que Johan Cruyff cambió la manera de jugar al fútbol. Es más, el holandés también modificó la comprensión del juego que tenían los aficionados al refundar el valor de la colectividad (el equipo), otorgándole un nuevo uso al espacio en el campo y recordando que el aspecto técnico más importante de cualquier sistema es, simplemente, el pase. Luego, Cruyff ejecutó estos conceptos como entrenador del Barcelona, fue la génesis de Guardiola y, después, de Xavi Hernández, un ejemplo cómo se gobierna el juego administrando el balón y el territorio de posesión.

Lo que ese referente de la selección holandesa representó para el fútbol europeo, una consistente revolución, Mario Kempes lo personificó para el fútbol argentino. En verdad, la afirmación parece presurosa, quizá sobredimensionada, pero un puñado de hechos ratifican que la idea está compuesta de certezas.

¿Cómo?
Hay generaciones distraídas que sólo saben de Kempes que fue el goleador del Campeonato del Mundo de 1978. Es probable que la intrascendencia mediática y la incomprensión de su figura haya sido amplificada por él mismo, por el respeto que lo vincula con la discreción. “A mí no me gusta el ruido alrededor mío. No sé reaccionar y me pongo como triste, ensimismado. Es que no me parece justa tanta admiración. Bueno, algo justa sí, pero pienso que es excesivo. Al final, no soy otra cosa que un jugador de fútbol. Si a mí me hacen esto, ¿qué habría que hacer con los Premio Nobel de Medicina?”, dijo tras la presentación de la plantilla del Valencia, su refugio español, para la temporada 1978-1979.

En ese momento, cautivaba. Estaba consolidado como el máximo ídolo valencianista, acababa de ser campeón mundial y tenía sobre su espalda un logro sustantivo, el cual es probable que nunca haya comprendido: al ser la figura de la Argentina en la Copa del Mundo, su imagen se transformó en un distintivo que cambió el paradigma del fútbol nacional, al que protegió de tantos triunfos morales, vacíos y algunos de ellos tramposos, tras convertirse en el arquitecto de las victorias carnales (quizá con otras trampas), las que confirmaron que tanto romanticismo tenía, por fin, cierta predisposición práctica.

Aquí hay riesgos conceptuales porque queda claro que es sinuoso dividir aquella victoria argentina de la sociedad en la cual se logró. Pero vale otra observación: Mario Kempes fue el ícono que se montó en la sombra de un país perdedor. Perdedor de Mundiales, de los derechos civiles, de la credibilidad, de la legalidad de su estado y convirtió a un espejo de esa sociedad, el fútbol, en un hecho triunfalista. Ahora será prudente disociar el logro de lo que fue el gobierno argentino. Un jugador de fútbol soberbio y ganador, también lo fue en un país salvaje. No se trató un triunfo social (mediante el engaño se lo advirtió así), sólo fue una victoria que, en un momento político que reivindicó la barbarie, trastocó el paraíso verborrágico y, en ocasiones, cobarde del querido fútbol argentino.

Jugar
Ese cuerpo fibroso e interminable, necesitaba de milésimas de segundos para equilibrarlo, antes de comenzar la carrera. Hubo otros casos en nuestro fútbol de jugadores de físico portentoso que lograban su eje en fracciones de tiempo imperceptibles como, por ejemplo, sucedió con Rubén Capria, Ricardo Gareca, Ricardo Villa o Roberto Díaz. Mario montaba el balón, abría sus brazos como alas y comenzaba a girarlos en sentido inverso a las agujas del reloj para luego alinear el torso y carretear hacia adelante, porque no se conoce otro jugador que haya tenido el sentido vertical del juego que tuvo Kempes. Había allí, en el arrastre de los defensores adversarios y en su concepción del ataque, una imagen profundamente estética, dinámica, pues usaba el pie izquierdo como un puñal o un verso, según la circunstancia, y guardaba la sabia capacidad de ver mientras corría.

“Querer ubicar a Kempes en un terreno de juego es como querer poner puertas al mar”, escribió Alex Couto, un Director Técnico español, para definirlo. “Su virtud principal era la conducción al galope tendido… sin necesidad de fintas, de engaños o de pausas. Kempes recogía la pelota y con espacio iniciaba una carrera desesperada hacia la portería contraria con el objetivo de marcar el gol. Si en el camino, la situación requería otra acción, buscaba la complicidad del compañero que le permitiera proseguir en su loca cabalgata. Al final, dos consecuencias, el gol o la caída, no había otra en un fútbol que se caracterizaba, no como hoy, en un ejercicio de contundencia aprendida en los más embravecidos potreros y solares de la época”, siguió Couto.

Curiosamente, llegó a Instituto en 1972 mediante un engaño. “¿Usted no conoce a un tal Kempes que vive en Bell Ville y dicen que es muy bueno? Piden una locura y creen que es un fenómeno”, le dijo Armando Rodríguez, el entrenador de la Gloria, cuando Mario le explicó que llegaba para una prueba. “No señor, no lo conozco. Mi nombre es Carlos Aguilera”, mintió El Guaso (el sobrenombre que compartía con otro, El Panza, hasta convertirse en el Matador), advertido de que Rodríguez desconfiaba de la recomendación que había recibido sobre él. En Alta Córdoba, fue una de las figura de un equipo lujoso junto a Osvaldo Ardiles, Alberto Beltrán y José Luis Saldaño, quien lo acompaño en su traspaso a Rosario Central para jugar el Campeonato Metropolitano de 1974.
Hay dos estadísticas de su pasó por Instituto y ambas tienen argumentos sólidos. En total, Mario convirtió 78 goles en 81 partidos, sumando juegos del fútbol cordobés y del torneo Nacional de 1973, campeonato en el que marcó 11 tantos en 13 encuentros. Después, la desdicha de Alberto J. Armando, ex presidente de Boca, institución que pretendía a Kempes a principios de 1974 cuando Central se lo llevó por u$s160 mil, un precio record en el mercado argentino de la época, fue toda una revelación por su resignación absurda:”Que ese futbolista vaya a Rosario. En La Candela (lugar de entrenamiento de las divisiones menores de Boca) hay, al menos, cien jugadores de la categoría de él”.

Revés
“Es uno de los mejores delanteros que vi en mi vida”, me dijo Roberto Perfumo detrás su prestancia. “Pero me sorprendían su humildad y sus silencios. Fuimos al Mundial de 1974, en Alemania, y nunca hablaba. Jugaba todo el tiempo al chinchón con Chazarreta (Enrique Salvador, volante de San Lorenzo) y, antes de volvernos, cada uno superaba los 100 mil puntos”, cerró Roberto. Más contundente fue Cruyff, luego de la final de 1978. “Lo admiro. Mario fue la cuota de talento que terminó de derrumbar al equipo holandés”, sentenció. Y Kempes le respondió. “Agradezco lo que dijo Cruyff, pero yo no cambio. El hombre, la persona, no debe fluctuar. De otro modo, será todo menos persona”.

El Panza ha sufrido. Por ejemplo, en Albania. Mario llegó en el comienzo de 1997 como entrenador y al mes se desató lo que la historia recuerda como El levantamiento de la Lotería. El estado albanés se diluyó por dos motivos: la primera fue producto de elecciones legislativas concebidas mediante el fraude, y la otra resultó por la especulación social y económica debido al alto costo del dinero. El quiebre de la cadena de financieras que sostenían el sistema desató un enfrentamiento civil donde murieron alrededor de dos mil personas. “Lo primero que me llamó la atención fue que, a pesar de ser un país con problemas, en Tirana, la capital, no se veía miseria en la calles. Cuando pregunté si eran desocupados me contestaron que no, que todos ellos tenían puesto su dinero a un interés increíble, que en algunos casos les redituaba el triple. ¡Quién iba a pensar entonces en trabajar! Pero todo ese bienestar se perdió con el quiebre de una de la financieras que era propiedad del padre del presidente del Lushnja, el club que dirigí. Ellos fueron presos y estalló un movimiento que parecía una guerra civil.

El secretario de la institución me dijo que me fuera del país antes de que sea demasiado tarde”, recuerda Kempes.
Y sintió el peso del olvido cuando llegó a Buenos Aires y no tenía trabajo. “Es justo que uno de los diez más grandes futbolistas argentinos de todos los tiempos ande gitaneando por el mundo para ganarse el pan de cada día como si no hubiera hecho absolutamente nada”, se preguntó la revista El Gráfico mediante una nota que mostraba a Mario sentado en un andén en desuso, bajo el título “Kempes está en la vía”.

En Valencia refutó con sus logros la rechifla que lo despidió luego de su debut en el torneo Naranja, una competencia veraniega tradicional: 146 conversiones en 241 encuentros y el liderazgo ejercido para ganar la Copa del Rey 1978-1979, la Recopa Europea 1979-1980 y la Supercopa Europea de 1980. Pero tras su vuelta de River, en 1982, el público, que lo había despojado de su humanidad para transformarlo en un Dios pagano, no le perdonó el estado de su físico y la regularidad de sus lesiones, cuando ya jugaba como enlace. Es sorprendente porque en 1979 existían en la ciudad los balones Kempes, el pastelito Kempes-gol, un edificio llamado Kempes y un modelo de televisor bajo el nombre Kempes TV color.

Tampoco la prensa lo trató con equilibrio después de algunos juegos y Vicente Bau, periodista del sitio local plazadeportiva.com, en pleno 2014, no lo olvida. “Don Mario Alberto, el crack, vive alejado del mundanal ruido valencianista. De vez en cuando alguien que le quiere mal saca su nombre de algún cajón polvoriento recomendando al presidente de turno que le fiche para asuntos de Relaciones Públicas o de lo que sea. Mal consejo. Kempes vive feliz en Estados Unidos comentando partidos para la ESPN y su hoja de ruta diaria es apacible, ordenada y nada canallesca… como sí sucede por estos pagos. Por eso digo que proponer a Kempes que regrese a Valencia para que cambie su vida tranquila por el movidón permanente en el que vivimos aquí es quererle mal. Y como yo quiero bien a Kempes, idolatro a Kempes, pido a quién me quiera escuchar que le dejen en paz. Kempes tiene corazón valencianista, que nadie lo dude, pero su hoja de ruta hace tiempo que ya no está entre nosotros. Para su bien”. Una vez más, Mario contestó: “Siempre digo que nunca me he ido de Valencia, pero no he tenido tiempo de volver”.

Nada de esto ha modificado sus conductas. En todo caso, los tropiezos, como el dolor que sintió cuando la dictadura no le permitió ponerle Natasha a una de sus hijas porque significaba una identificación con las costumbres soviéticas, confirmaron otra de sus capacidades: su actitud para sobreponerse a la adversidad. También lo demostró en la cancha: su fantástica final frente a los holandeses en River y sus dos goles decisivos fueron parte de la sabiduría que construyó al estar dotado del infinito valor de la paciencia. En el fútbol y, antes, en la vida.

Ahora
Es cierto que Valencia le ha rendido tributos en Mestalla que se encuentran entre los homenajes más impresionantes que recuerde algún futbolista en Europa (es el embajador mundial del Valencia) y que en la Argentina, el bautismo del estadio de Córdoba con su nombre asegura, por lo menos, su permanencia en el bronce. También es verdad que la gente de Rosario Central lo idolatra mediante homenajes múltiples. Pero nuestra sociedad parece desconocer a ese comentarista simpático, de voz chillona y monocorde que aún hoy se inclina para equilibrar su cuerpo al caminar, que todavía siente orgullo porque jamás fue expulsado de un campo de juego en toda su carrera y por haber sido el único jugador argentino que no saludó a Videla después de ganar la Copa del Mundo, en 1978.

A Mario todavía lo sorprende que el japonés Yoichi Takahashi se haya inspirado en él para crear la tira animada Los Supercampeones y no olvida el calor abrasivo de la ira que le produjo saber que, al hacer su servicio militar, ya jugando en Central, lo peló un sargento que era fanático de Newell´s y vendió la historia como una hazaña épica.
Kempes es el fútbol. Un verdadero revolucionario que giró en círculo una historia de desencantos y fue el punto de partida de una generación de jugadores que alteró su mentalidad y le otorgó al fútbol argentino dos Copas el Mundo. Alex Couto coincide. “Yo sólo he conocido a un jugador que no jugando en los equipos más grandes del momento, no ejerciendo una influencia dominante en el estilo y la forma de jugar, no imponiendo una dinámica de poderío insultante, fuese capaz de destacar y hacer destacar como fue Mario Alberto Kempes. Es que Mario midió sus fuerzas con jugadores que estaban llamados a romper los moldes del fútbol moderno, sin ser consciente de que él mismo sería uno de ellos.