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Mi hijo, el campeón

Por Marcelo Roffé. Licenciado en Psicología, Master de Psicología del deporte y de la actividad física, presidente de la Asociación de Psicología del Deporte Argentina desde 2003, ex responsable de 2000 a 2006 del área de Psicología del Deporte de las selecciones Juveniles Argentinas de Fútbol (sub 15, sub 17 y sub 20) y también fue asesor externo del cuerpo técnico de la selección Argentina conducido por José Pekerman durante el Campeonato Mundial de 2006 en Alemania. Roffé es profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en actividades de Postgrado y de Grado, profesor en el Centro Nacional de Alto Rendimiento (CeNARD) en cursos anuales de especialización para entrenadores y psicólogos, titular de Psicología del deporte en la Universidad de Palermo (UP), docente responsable de la especialidad en los cursos anuales de APEFFA (preparadores físicos de fútbol) y docente titular de la materia Psicologia del Deporte de la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF) en la carrera de Gestión del Deporte. Roffé es conferencista nacional e internacional y ha escrito nueve libros (lleva 40 mil vendidos) sobre la temática de la psicología aplicada al deporte y su última obra es “El partido mental-En 400 frases y 45 temas”, publicado en mayo de 2013. Marcelo Roffé es director de la consultora “Alto Rendimiento: del deporte a la empresa” (www.alto-rendimiento.com.ar).
Mi hijo, el campeón
Martes 29 de Julio de 2014
En primer lugar, vamos a definir que es presión para nosotros. Como planteamos en el libro Mi hijo el campeón/Las presiones de los padres y el entorno”, editado en 2003, “presión es exigirle al otro mas de lo que el otro puede dar”. Sabemos que el estrés es el desequilibrio existente entre las demandas externas y las respuestas internas que el sujeto puede ofrecer en ese momento particular. Hay estrés, siguiendo a Lazarus**, si existe una desproporción entre las exigencias de la situación y su capacidad de respuestas vividas como superiores a sus recursos, poniendo en peligro su bienestar. El estrés y sus consecuencias sobre la salud física y psíquica están condicionado por esta relación, siempre cambiante entre persona y entorno.

La auto presión, según Loher***, es algo que uno mismo incorpora. Los futbolistas argentinos son, cada vez más, una preciada mercancía de exportación. Nosotros sabemos que: cada vez son más los padres que quieren que su hijo juegue al fútbol; cada vez son más los padres que apuestan a su hijo para proyectar, en un marco de crisis, un auspicioso futuro económico; cada vez hay más intermediarios y representantes; cada vez se van más chicos; cada vez hay más mercado en el exterior y es más sofisticada la explotación; cada vez los representantes colocan mejor el producto; cada vez el fútbol es más producto en la industria mediática del entretenimiento y cada vez importa menos qué siente el niño, cómo piensa, qué quiere.

Como ese chico cada vez es más mercancía y más objeto de negociación de padres, clubes, empresarios y sponsors; cada día importa menos lo que piensa (si no piensa, mejor) y no se toman los recaudos necesarios para que su psiquis de niño o de adolescente quede a resguardo de este mundo adulto, putrefacto, donde el Aura es el dinero.

¿Cómo y quién prepara al niño/adolescente para este exilio?, ¿es cierto que el chico sólo quiere jugar al fútbol y no sabe hacer otra cosa?, ¿se puede malograr un niño, por más talentoso que sea, por causales psíquicas?, ¿es jugador o juguete?, ¿cómo se previene el desarraigo?

Padres y padres
Recuerdo que luego de una ponencia en un congreso internacional, donde referí rápidamente que el niño o juvenil debía tener la oportunidad de elegir, si le era conveniente que el padre o los padres estuvieran en competencia observándolo, una colega de otro país expuso una postura "ideal" de integrar a los padres en forma plena y permanente, retomando mis palabras. No hay una verdad única sobre este punto, los padres son difíciles de educar y, en algunos casos, más que en otros.

Nosotros siempre partimos de charlas de orientación precompetitivas grupales y luego hacemos citaciones individuales (hablamos de los padres de las divisiones más pequeñas). Hay padres que saben y pueden escuchar y, también, hay de los otros.

Básicamente, organizaría a los padres en tres grupos: 1. Los que son indiferentes a la evolución del joven deportista; 2. Los que son equilibrados y encuentran la distancia óptima (respecto del hijo y del entrenador) y 3. Los que son sobreprotectores, invaden y hasta malogran la carrera del hijo.

Smoll**** agrega a los padres exitistas, los dobles mensajes, los entrenadores en la banda, los violentos, los hipercríticos. Veamos algunos casos.

a. Control remoto. Recuerdo el caso de un delantero juvenil de buen físico, cuyo padre, madre, hermano, cuñada y bebé, se ubicaban detrás del arco al que él atacaba (sobre todo en los partidos de local).
Las indicaciones permanentes del padre (encará, pateá, hacéla vos, etc), eran escuchadas perfectamente por el joven quien, más allá de sus condiciones, se paralizaba, resolviendo mal en la mayoría de las oportunidades. La estrategia fue citar a los padres por separado y trabajarlo individualmente con el jugador incluyendo, posteriormente, al entrenador en el abordaje (que estaba al tanto de todo). El resultado fue desfavorable. El chico terminó abandonando la práctica del fútbol cuando iniciaba un año con muchas perspectivas.

Mi análisis: El jugador no soportó la presión de tener que competir por el puesto con nuevos futbolistas, ya que había competido casi tres años como titular indiscutido. Además, no era muy querido en el grupo por su excesivo individualismo, fomentado por el padre que veía en él a un crack (como suele suceder).

¿Por qué no funcionó la estrategia de cambio? Porque el padre no veía que debiera cambiar su actitud, que lo estaba perjudicando psíquicamente al hijo (estaba en muy buena posición económica) y tanto la madre como el jugador poseían personalidades débiles y dóciles, incapaces de "cuestionar al amo". Conclusión: jugador malogrado por el padre, que tanto lo quería.

b. No seas insistente. Había una vez un volante por derecha que en novena y octava división jugaba muy bien y era titular indiscutido. En séptima, por razones varias (en especial físicas y técnicas), se le empezó a complicar y comenzó a jugar salteado.

Al cuadro, se le sumó el fallecimiento de una persona muy querida por él (ese mismo año) que, con apoyo psicológico y todo, le llevó mucho tiempo elaborar (el tiempo de los duelos es subjetivo). El padre, que parecía un tipo bonachón y sin maldad, empezó a tomar un protagonismo inusual hasta ese momento. Empezó a llamar muy seguido por teléfono al DT (y la madre a mí). Más allá de la preocupación natural por el hijo, se leía entre líneas la pregunta, "¿por qué no juega mi hijo?", cuestionamiento que, es obvio, el padre no hacía cuando su hijo jugaba. ("¿Por qué no me llamaba cuando jugaba?", se preguntaba, con razón, el entrenador).

Si bien el padre fue advertido por esa actitud, que podía cansar al DT (a quien yo conocía muy bien vía hijo y esposa) y si bien el DT le daba al padre las razones de la exclusión, la actitud no cambió. Encima este era un padre particular, que había sido entrenador.

Conclusión: A fin de ese año, el jugador fue dejado libre, luego de varios años en el club. ¿Las razones manifiestas del DT? El bajo rendimiento, que tenía dos jugadores que le habían rendido más en ese puesto y que no había alcanzado la expectativa. ¿Las razones latentes? Ante la duda de dejarlo un año más, lo que terminó inclinando la balanza, a mi modo de ver, fue la excesiva insistencia sobre el entrenador del padre, el mismo que quería ayudar a su hijito.

c. La presión de un padre desocupado. La clase baja nos ofrece una pintura mucho más cruda de la realidad. Cuando lo que está en juego es la alimentación diaria y los viáticos mínimos que garanticen la movilidad, el plano es otro. El caso es el de un futbolista de séptima división que había dejado de concurrir a las prácticas cotidianas y no lo pudimos llamar para conocer los motivos, debido a que tampoco tenía teléfono.

Un día regresó y coincidió con la reunión grupal que manteníamos semanalmente. Antes de que pudiese decirle que se quedara post-reunión para conversar sobre su ausencia, la decisión nació de él. El padre había sido despedido por haber faltado un día al trabajo sin avisar. Esta ausencia se debió a que él formó parte del plantel que jugó en enero un torneo en Mar del Plata y el padre quiso viajar para estar presente. En forma indirecta, hizo responsable al futbolista de su despido (si bien esa debió ser la excusa de sus patrones) al que le sumó el siguiente argumento: "para que te voy a dar viáticos, si encima no jugás".

El padre se violentaba con facilidad y, si bien no lo golpeaba, al jugador lo estremecían los gritos y alaridos que profesaba. La angustia y presión que sentía el chico era evidente, llegando al límite de las lágrimas en su relato.
Resolución del caso: Con un nivel muy primitivo de palabras, pude explicarle al jugador que él no era el culpable de la desocupación del padre y que por ahora no iba a ganar plata con el fútbol. Eligiendo el momento, se animó a comentarle al padre lo conversado conmigo, aliviando la presión y volviendo a la semana siguiente a decirme, "tenías razón, era eso lo que le pasaba a mi papá". Vale aclarar que cuando los clubes chicos no pueden pagar viáticos, el futbolista debe solventar viajes, hecho que conduce al abandono de la actividad de muchos chicos. Si hoy hay más jugadores de clase media que en el pasado inmediato, el motivo se debe, exclusivamente, a esta razón.

d. Padres sin tacto. Recuerdo el caso de un futbolista de octava división que en el año ya había jugado 23 partidos como titular. El entrenador decidió hacer una variante táctica y dejar al joven en el banco de los suplentes. El padre del referido, sin estructura de espera ni de demora alguna, sin tacto y sin argumentación válida, interceptó al DT luego del partido para preguntarle el por qué de mala manera. El entrenador le explicó con buenos modales, pero la gota que rebalsó el vaso, fue la amenaza de que si no jugaba, se lo llevaba a otro club que lo estaba esperando.
Fue difícil en lo sucesivo que el entrenador diferenciara la bronca que le quedó contra el padre del desempeño del hijo. Tras esto, el joven estuvo en el banco más tiempo del que el DT había planeado.
Conclusión: El hijo, a quien su papá no le había comentado que iba a hablar con el entrenador, se enojó con el padre y estuvo varios días sin hablarle debido a un accionar que, claramente, lo perjudicó…

e. Vomito, y ¿qué? Una vez, conversando con un jugador en el predio de AFA en Ezeiza, me comenta que en su club vomitaba antes de comenzar los partidos. El caso es interesante porque el futbolista era titular en una institución importante de primera división, tenía 19 años y hoy triunfa en Europa.
Lo curioso es que los compañeros lo tapaban y nadie lo veía en ese acto que, de alguna forma, lo liberaba para luego jugar un poco más tranquilo. El caso es que indagando (recordemos que al futbolista en general, hay que prestarle muchas veces las palabras e intervenir más pedagógicamente que otra cosa), sale a la luz que el entrenador del chico le sacaba el banquito en la concentración donde el futbolista llamaba a sus familiares desde un teléfono público, le daba indicaciones todo el tiempo en el entrenamiento, en el partido, etc. Hubo que desnudar y resolver esa presión externa que él no podía manejar ni tramitar.
Conclusión: luego de unas pocas entrevistas, el jugador resolvió un síntoma que le sucedía en su club y no en la selección sub-20.

f. “Tengo 20 años y quiero dejar el fútbol”. El futbolista juega en la primera división de la B Nacional, un campeonato, por demás, competitivo. Un determinado día llega a la consulta privada abatido. Y comenzó a narrar lo que vivió: “mientras nos cambiábamos luego de entrenar, entraron al vestuario más de 50 barras brava del club con armas y nos amenazaron a todos. Estaban fuera de sí porque habíamos perdido, hablaron de matarnos a todos, mostraron las armas, nunca me imaginé que podía vivir algo así. En estas condiciones, no quiero seguir jugando al fútbol, tengo miedo”.

Leonel era una de las figuras del equipo. Pese a su juventud, se había ganado la titularidad rápidamente y la hinchada lo quería mucho. Sin embargo, esa pesadilla vivida que nunca llegó a los medios (fue parte de la amenaza) lo marcó.

Conclusión: el jugador estaba tomando esta ayuda psicológica desde hacía dos años, con lo cual fue más fácil trabajar. Analizamos los temores, que ganaba y qué perdía si se iba, etc. Finalmente, decidió quedarse hasta que apareciera una nueva oportunidad, la que luego llegó. Y en el balance de fin de año dijo, “gracias a esta ayuda, puedo afrontar los problemas y resolverlos o dejarlos de costado enseguida”.

g. Jugar al fútbol como salvación. Un futbolista sub-20 que atendí en AFA, se destacaba en su club, pero aún no había debutado en primera. La selección siempre era una vidriera: el jugador cobraba más plata del representante porque era más valorado en su club. En la entrevista de rutina para construir su perfil, luego de la toma de algunos test, el futbolista me contó de lo humilde de su condición, que durante dos años tuvo que dejar de jugar para cuidar a su hermanita y que las cosas en su casa estaban muy mal. Y mostró con orgullo, y con lágrimas en los ojos, como la cadenita que colgaba de su cuello con una pelota de oro en miniatura, se la había vendido a su tío en ese mal momento, en el cual no tenían dinero para comer. Tras esto, el chico, emocionado, narró que el tío la guardó y que, ahora que las cosas están mejor, se la había vuelto a comprar.

Conclusión: ese muchacho debutó en primera, hizo pocos partidos y fue vendido rápidamente al exterior. El dinero lo ayudó y, gracias al fútbol, obtuvo su objetivo. Esa cadenita era el símbolo vivo y presente de un sufrimiento que no olvidará jamás, de un obstáculo de su vida que superó por tenacidad además de tener talento.

Conclusión
Como intentamos plasmar en este articulo, existe un hilo muy delgado que divide la motivación de la presión. El fútbol como deporte cultural de los argentinos, es una tabla de salvación para los padres que buscan tener un hijo campeón, en lugar de ir y entrenarse ellos. Así, se malogran muchos talentos, convirtiendo al deporte en un cementerio de promesas jóvenes. La motivación intrínseca en muchos casos no existe o cede a la motivación extrínseca, con perjuicios más que evidentes.

Las metas, para ser alcanzadas, deben ser difíciles pero realistas. Hoy el fútbol es un negocio, donde el futbolista es más juguete que jugador y luego de 15 años de trabajar como psicólogo en este deporte, veo lo difícil que es llegar y que para lograrlo (el 2% que lo hace), se debe soportar muchas adversidades e injusticias y convivir en un ambiente hostil y competitivo, con un alto componente psicopatológico en su interior (sin profundizar en el retiro del futbolista, que es otro problema). Intenté que eso se comprendiera con algunos recortes de mi experiencia. Ojalá lo haya logrado.

Ya que estamos convencidos de que el deporte es un área donde hay mucho por realizar y que los que trabajamos en ella, lo hacemos con enorme vocación.

**.
Richard Lazarus, psicólogo estadounidense, profesor de la Universidad de California (Berkeley).

***.
Jim Loher, psicólogo estadounidense, co-fundador del Instituto de Rendimiento Humano cuya obra alcanza 16 libros.

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S. R. Smoll, psicólogo estadounidense.