Así como para los deportistas, para los dirigentes también un Juego Olímpico debería representar lo máximo de su carrera. Claro, ambos, tienen que pasar por el período de preparación y clasificación que puede llevar una vida literalmente, pero una vez allí, todos alcanzan el sueño.

Muchos pertenecemos a la raza de dirigentes a los que el deporte los abandonó. Deportistas frustrados, campeones de entrenamiento.

Muchos también canalizan esta frustración de una manera positiva, ayudando realmente a quienes sí han sido tocados por la varita mágica del alto rendimiento mundial. Varita mágica que, como es evidente, sin incalculable sacrificio, tenacidad y talento, no se podría materializar en un atleta elite.

Rio representa para todos estos dirigentes, entre los cuales me incluyo -y miles de deportistas- la meca de sus sueños. El lugar soñado durante los últimos 4 años, y el marco en que sus sueños se convertirán en realidad.

Nuestra obligación ahora, como managers, dirigentes públicos o privados, es comenzar a mirar ya a Tokio 2020, para poder ser útiles y dejar el legado olímpico por el resto de las generaciones de que la llama del deporte argentino no se apagará.