Si en la actualidad la Selección argentina de Básquet tiene el respeto mundial como un equipo de gran calibre es en gran parte por los inolvidables logros de la Generación Dorada. Y un 27 de agosto de 2004, una Argentina que ya sabía lo que era dar golpes, iba a sorprender al planeta entero al ganarle 89-81 a Estados Unidos en la semifinal de los Juegos Olímpicos de Atenas, que terminarían coronando a la selección con la medalla dorada.


LeBron James, Dwyane Wade, Carmelo Anthony (aunque no jugó ese partido), Carlos Boozer, Allen Iverson, Tim Duncan, Stephon Marbury y Lamar Odom, son algunos de los nombres del Dream Team, en ese entonces dirigido por Larry Brown. Pero el combinado nacional, conducido por Rubén Magnano, nunca se apichonó ante tanta estrella, si no todo lo contrario. Sacaron el orgullo a relucir y jugaron un partido perfecto.

Con Pepe Sánchez, Manu Ginóbili (la gran figura con 29 puntos, 3 rebotes y 3 asistencias), Andrés Nocioni, Fabricio Oberto y Rubén Wolkowyski desde le inicio, y grandes rendimientos ingresando desde el banco de Alejandro Montecchia, Luis Scola y Walter Herrmann, Argentina logró imponerse en los primeros tres cuartos, y de esa forma sostener el aluvión estadounidense en la etapa final.


Terminó el partido. Las caras se miran. El desahogo explota. La felicidad no entra en las sonrisas de un grupo de jugadores que sabían que habían entrado en la historia grande del básquet. Porque ganarle a USA en un Juego Olímpico no es para cualquiera. Pero esa Selección nunca se durmió en los laureles, porque si algo la llevó a largas sucesiones de éxitos fue el hambre de siempre ir por un poco más.

Ya son 18 años de uno de los hitos más importantes del deporte argentino. Pasa el tiempo y se agiganta la leyenda.