Martes 28 de Abril de 2015
¿Quién no fantaseó cuando era un chico con poder meterse dentro del televisor? ¿Quién no pensó que si lograba entrar en ese tubo enorme podía tocar a su ídolo, festejar con los otros hinchas o modificar el final de una noche histórica? ¿Quién no soñó con sacarse una foto con Maradona allí mismo? ¿O con Messi, en el caso de que un túnel mágico lo encontrara hace sólo un par de días? Caminar por los Estados Unidos es entrar al televisor, ser el protagonista de tu propia película. El actor principal o un extra (a veces da lo mismo) de un guión que viste mil veces, sin saber si el decorado era real o se autodestruía cinco segundos después del grito de “¡corten!” del director. Recorrer la Quinta Avenida en la fantástica Manhattan es, sin dudas, sentirse así. Lo mismo sucede al pasar por el Central Park. Y hasta se recuerda cómo se quedó encerrado el rubiecito de “Mi Pobre Angelito”, al cruzar a la tienda vidriada de Apple.
En otras ciudades de ese enorme país ocurre lo mismo. Estados Unidos es Disneylandia. Pero ahí, en New York, además, a unas cuadras de donde Leo Messi ahora va con la selección Argentina casi todos los años, hay un templo. Miles de devotos lo visitan semana tras semana, siempre con la fe de observar los espectáculos más fascinantes del planeta. En el Madison Square Garden podés bailar con los Rolling Stones y asombrarte con el show de la NBA, el mejor básquet del mundo, la liga de los extraterrestres. Allí, después de atravesar la plaza de Times Square, el lugar que se hace de día hasta en la noche más oscura, entra en escena Broadway, el circuito de los famosos 19 teatros. Dos de ellos se encuentran en la propia calle que le da el nombre al recorrido y los otros se dejan ver a dos o tres manzanas. La mayoría de las obras que se presentan son musicales y óperas, justo lo que hace Messi a unos pocos kilómetros de distancia, pero con la pelota. Leo es el mejor actor de Broadway en pantalones cortos. El que le puede hacer sombra, por lo menos en un rato, al Broadway de los vestuarios brillosos y las caras súper maquilladas.
Artista
Messi ofrece un espectáculo que, también, resulta fascinante en los Estados Unidos. Ellos no tienen un futbolista como él, ni siquiera uno parecido y cada vez lo reconocen más. Se percibe claramente si se compara con su experiencia en 2011, por ejemplo. En aquella oportunidad, el equipo nacional llegó en marzo para una gira que después pasó por Costa Rica. Era la previa de la Copa América que luego se jugó en la Argentina y, esa vez, el crack vivió un episodio inédito para él cuando una tarde, los integrantes del plantel salieron en dos micros a recorrer la ciudad. El bus de traslado despistó a los periodistas que cubrían la gira para evitar la persecución y el otro, entonces, ya sin marca, dejó a Leo en una esquina cerca de un local famoso de juguetes. Messi se bajó y pudo, después de mucho tiempo, caminar dos cuadras sin que nadie lo parara, sin que nadie lo asediara, sin que nadie le pidiera una foto o un autógrafo para luego plastificar. Leo no lo podía creer.
“Me gustó volver a ser un chico común por un rato”, me contó al otro día en una entrevista exclusiva que le hice para Olé, el crack más crack de todos. Para que se pueda mensurar el episodio: ya no existe lugar donde el cuatro veces ganador del Balón de Oro pueda pasar inadvertido. Menos aún en épocas de veloces y potentes redes sociales, que en dos segundos viralizan una foto. Aunque ahora ese escenario también cambió para Leo, con un costado súper cálido de parte de todos los hinchas. Llegó a Washington y después a New Jersey a fines de marzo, ya con Gerardo Martino como entrenador, y la gente hizo cola en los hoteles para sacarse una foto con él. Y luego fue a disfrutar de todo el espectáculo que generan los eventos organizados por World Eleven con Guillermo Tofoni, el CEO de la empresa, como cara visible y cercana. La gente quiere conseguir el objetivo de poder decirles un día a los hijos, o a los nietos, “yo fui a una cancha de los Estados Unidos y vi a Messi”, aunque, en esta ocasión Leo haya estado sentado en la platea. Siguen asistiendo en masa a Broadway, pero por un día, o una noche, el fútbol puede darse el lujo de sacarle público al teatro. Eso antes no sucedía. Si bien hay muchos latinos que sacan su ticket para ver a la Argentina (y a Messi), los norteamericanos también alucinan por el rosarino. El entretenimiento en la ciudad es variado. Hay hábitos, costumbres históricas que pasan por otro lado, pero desde hace unos años también se potenció el fútbol, el “soccer” para ellos. Porque la liga masculina atrajo el juego marketinero de David Beckham, pero también porque son líderes en fútbol femenino, antes de que la actividad se expandiera y se pusiera de moda.
Messi, sin armar un envase distinto a lo que es, llena todos los casilleros del deportista ideal. También para un público que gusta del show en los Estados Unidos. Muchos podrán decir que le falta el nervio de la polémica, la pelea, el grito que se hace tapa de los diarios por el escándalo. Su historia, comparada con la de muchos futbolistas argentinos consagrados, no tiene la épica del chico que salió descalzo de una villa para terminar con zapatos bien lustrados en una lujosa limousine con el mundo rendido a sus pies. Pero no lo necesita. La trama de su vida, se sabe, tiene una pelea contra una hormona de crecimiento. Porque la Pulga era una pulguita de chiquitito. Y su papá no tenía plata para pagar el tratamiento. Y se tuvo que ir de Newell’s, el club del que es hincha, para conocer un mundo nuevo en el Barcelona. Y ya pasó más parte de su vida en España que en la Argentina.
Brillos
Tal vez por eso, Leo seduce en el mundo sin ser el paradigma de los que nacimos aquí. Se podría resumir en que Messi es el argentino que a todos nos gustaría ser y Diego es el argentino que somos. Leo es el chico perfil bajo, sin conflictos, que te hace quedar bien en todos lados, al que nadie ve agrandado y Diego es el barrio, la pelea como combustible, el individuo capaz de agarrarse con un Papa por la riqueza del Vaticano y de hacer pública nuestra exageración para manejar, muchas veces, por las banquinas. La historia puede ser parecida, pues nadie fue tan Maradona como Messi con una pelota en los pies, pero con diferente carisma han conseguido la misma admiración de los hinchas de todo el mundo. Con ojos argentos, Leo es nuestro nuevo Maradona. Desde la mirada de los norteamericanos, Messi es el Michael Jordan de ellos. Alguna vez Pep Guardiola se permitió esa comparación.
Para el escudo argentino, también es relevante poner sus botines en suelo estadounidense. No fue fácil, antes no se disfrutaba muy seguido a la selección por el norte. Pero ahora, se hizo una costumbre. Tiene que ver con la importancia de un equipo que es subcampeón del Mundo y que tiene jugadores en los clubes a los cuales se siguen globalmente, mucho más allá de sus ligas. Hay hinchas del Barcelona de Messi, hay fans del Manchester City del Kun Agüero, hay seguidores de la Juventus de Carlitos Tevez o del Manchester United de Ángel Di María o del Napoli de Gonzalo Higuaín. Existen, también, simpatizantes de un equipo que tiene dos estrellitas arriba de la sigla de AFA, por la selección del Matador Kempes, que ahora es comentarista de televisión, y por la de Maradona, una especie de embajador en la lejana Qatar. De un equipo que en 1978 ganó con el estilo del cigarrillo de César Luis Menotti, el fútbol que le gusta a la gente y que en 1986 los hizo con la táctica que bien olfateó Carlos Salvador Bilardo, el que busca ganar, pero, además, encontró un equipazo descomunal bajo el sol intenso de México.
Argentina se transformó en una marca poderosa, a la que también quieren tener en los luminosos carteles de Times Square, cerca del Madison Square Garden, o a pasitos del famoso circuito de teatros de Broadway, aun cuando algún evento le pueda hacer sombra, por lo menos una noche, en su suculenta boletería. Porque el escenario con los actores o bailarines es un lugar que atrapa, que da dinero y hasta un status, pero el fútbol es pasión, catarsis, unión de clases sociales y descarga emocional también en los Estados Unidos. Ellos, por un rato, quieren dejar de caminar por la Quinta Avenida y ver un gol de Messi en una cancha. Desean mirar al centro del campo antes que a su conocido Central Park. Y aspiran a usar sus teléfonos inteligentes o los mini ipad que compran en Apple, para sacarle una foto de cerca a Leo cuando se acerca al córner.
¿Quién no fantasea ahora, sea grande o aún un chico, con poder meterse en ese mundo fantástico que es el entretenimiento en los Estados Unidos, ese que se ve a lo lejos por televisión? ¿Quién no piensa que si ingresa allí puede ver a Messi en el imponente MetLife Stadium, sacarse una foto con él o darle un pase para el gol que lo lleve a la tapa de todos los diarios?
Ir a los Estados Unidos a ver a Messi es ir a ver un fútbol de película.
En otras ciudades de ese enorme país ocurre lo mismo. Estados Unidos es Disneylandia. Pero ahí, en New York, además, a unas cuadras de donde Leo Messi ahora va con la selección Argentina casi todos los años, hay un templo. Miles de devotos lo visitan semana tras semana, siempre con la fe de observar los espectáculos más fascinantes del planeta. En el Madison Square Garden podés bailar con los Rolling Stones y asombrarte con el show de la NBA, el mejor básquet del mundo, la liga de los extraterrestres. Allí, después de atravesar la plaza de Times Square, el lugar que se hace de día hasta en la noche más oscura, entra en escena Broadway, el circuito de los famosos 19 teatros. Dos de ellos se encuentran en la propia calle que le da el nombre al recorrido y los otros se dejan ver a dos o tres manzanas. La mayoría de las obras que se presentan son musicales y óperas, justo lo que hace Messi a unos pocos kilómetros de distancia, pero con la pelota. Leo es el mejor actor de Broadway en pantalones cortos. El que le puede hacer sombra, por lo menos en un rato, al Broadway de los vestuarios brillosos y las caras súper maquilladas.
Artista
Messi ofrece un espectáculo que, también, resulta fascinante en los Estados Unidos. Ellos no tienen un futbolista como él, ni siquiera uno parecido y cada vez lo reconocen más. Se percibe claramente si se compara con su experiencia en 2011, por ejemplo. En aquella oportunidad, el equipo nacional llegó en marzo para una gira que después pasó por Costa Rica. Era la previa de la Copa América que luego se jugó en la Argentina y, esa vez, el crack vivió un episodio inédito para él cuando una tarde, los integrantes del plantel salieron en dos micros a recorrer la ciudad. El bus de traslado despistó a los periodistas que cubrían la gira para evitar la persecución y el otro, entonces, ya sin marca, dejó a Leo en una esquina cerca de un local famoso de juguetes. Messi se bajó y pudo, después de mucho tiempo, caminar dos cuadras sin que nadie lo parara, sin que nadie lo asediara, sin que nadie le pidiera una foto o un autógrafo para luego plastificar. Leo no lo podía creer.
“Me gustó volver a ser un chico común por un rato”, me contó al otro día en una entrevista exclusiva que le hice para Olé, el crack más crack de todos. Para que se pueda mensurar el episodio: ya no existe lugar donde el cuatro veces ganador del Balón de Oro pueda pasar inadvertido. Menos aún en épocas de veloces y potentes redes sociales, que en dos segundos viralizan una foto. Aunque ahora ese escenario también cambió para Leo, con un costado súper cálido de parte de todos los hinchas. Llegó a Washington y después a New Jersey a fines de marzo, ya con Gerardo Martino como entrenador, y la gente hizo cola en los hoteles para sacarse una foto con él. Y luego fue a disfrutar de todo el espectáculo que generan los eventos organizados por World Eleven con Guillermo Tofoni, el CEO de la empresa, como cara visible y cercana. La gente quiere conseguir el objetivo de poder decirles un día a los hijos, o a los nietos, “yo fui a una cancha de los Estados Unidos y vi a Messi”, aunque, en esta ocasión Leo haya estado sentado en la platea. Siguen asistiendo en masa a Broadway, pero por un día, o una noche, el fútbol puede darse el lujo de sacarle público al teatro. Eso antes no sucedía. Si bien hay muchos latinos que sacan su ticket para ver a la Argentina (y a Messi), los norteamericanos también alucinan por el rosarino. El entretenimiento en la ciudad es variado. Hay hábitos, costumbres históricas que pasan por otro lado, pero desde hace unos años también se potenció el fútbol, el “soccer” para ellos. Porque la liga masculina atrajo el juego marketinero de David Beckham, pero también porque son líderes en fútbol femenino, antes de que la actividad se expandiera y se pusiera de moda.
Messi, sin armar un envase distinto a lo que es, llena todos los casilleros del deportista ideal. También para un público que gusta del show en los Estados Unidos. Muchos podrán decir que le falta el nervio de la polémica, la pelea, el grito que se hace tapa de los diarios por el escándalo. Su historia, comparada con la de muchos futbolistas argentinos consagrados, no tiene la épica del chico que salió descalzo de una villa para terminar con zapatos bien lustrados en una lujosa limousine con el mundo rendido a sus pies. Pero no lo necesita. La trama de su vida, se sabe, tiene una pelea contra una hormona de crecimiento. Porque la Pulga era una pulguita de chiquitito. Y su papá no tenía plata para pagar el tratamiento. Y se tuvo que ir de Newell’s, el club del que es hincha, para conocer un mundo nuevo en el Barcelona. Y ya pasó más parte de su vida en España que en la Argentina.
Brillos
Tal vez por eso, Leo seduce en el mundo sin ser el paradigma de los que nacimos aquí. Se podría resumir en que Messi es el argentino que a todos nos gustaría ser y Diego es el argentino que somos. Leo es el chico perfil bajo, sin conflictos, que te hace quedar bien en todos lados, al que nadie ve agrandado y Diego es el barrio, la pelea como combustible, el individuo capaz de agarrarse con un Papa por la riqueza del Vaticano y de hacer pública nuestra exageración para manejar, muchas veces, por las banquinas. La historia puede ser parecida, pues nadie fue tan Maradona como Messi con una pelota en los pies, pero con diferente carisma han conseguido la misma admiración de los hinchas de todo el mundo. Con ojos argentos, Leo es nuestro nuevo Maradona. Desde la mirada de los norteamericanos, Messi es el Michael Jordan de ellos. Alguna vez Pep Guardiola se permitió esa comparación.
Para el escudo argentino, también es relevante poner sus botines en suelo estadounidense. No fue fácil, antes no se disfrutaba muy seguido a la selección por el norte. Pero ahora, se hizo una costumbre. Tiene que ver con la importancia de un equipo que es subcampeón del Mundo y que tiene jugadores en los clubes a los cuales se siguen globalmente, mucho más allá de sus ligas. Hay hinchas del Barcelona de Messi, hay fans del Manchester City del Kun Agüero, hay seguidores de la Juventus de Carlitos Tevez o del Manchester United de Ángel Di María o del Napoli de Gonzalo Higuaín. Existen, también, simpatizantes de un equipo que tiene dos estrellitas arriba de la sigla de AFA, por la selección del Matador Kempes, que ahora es comentarista de televisión, y por la de Maradona, una especie de embajador en la lejana Qatar. De un equipo que en 1978 ganó con el estilo del cigarrillo de César Luis Menotti, el fútbol que le gusta a la gente y que en 1986 los hizo con la táctica que bien olfateó Carlos Salvador Bilardo, el que busca ganar, pero, además, encontró un equipazo descomunal bajo el sol intenso de México.
Argentina se transformó en una marca poderosa, a la que también quieren tener en los luminosos carteles de Times Square, cerca del Madison Square Garden, o a pasitos del famoso circuito de teatros de Broadway, aun cuando algún evento le pueda hacer sombra, por lo menos una noche, en su suculenta boletería. Porque el escenario con los actores o bailarines es un lugar que atrapa, que da dinero y hasta un status, pero el fútbol es pasión, catarsis, unión de clases sociales y descarga emocional también en los Estados Unidos. Ellos, por un rato, quieren dejar de caminar por la Quinta Avenida y ver un gol de Messi en una cancha. Desean mirar al centro del campo antes que a su conocido Central Park. Y aspiran a usar sus teléfonos inteligentes o los mini ipad que compran en Apple, para sacarle una foto de cerca a Leo cuando se acerca al córner.
¿Quién no fantasea ahora, sea grande o aún un chico, con poder meterse en ese mundo fantástico que es el entretenimiento en los Estados Unidos, ese que se ve a lo lejos por televisión? ¿Quién no piensa que si ingresa allí puede ver a Messi en el imponente MetLife Stadium, sacarse una foto con él o darle un pase para el gol que lo lleve a la tapa de todos los diarios?
Ir a los Estados Unidos a ver a Messi es ir a ver un fútbol de película.

